Si yo te encontrase por el puerto de la ciudad Málaga mirando los cruceros, con los vaqueros remangados, con la camisa medio desabrochada, tu sombrero, las manos en la cintura y la barbilla arriba, buscando el Sol como los caracoles; lo más seguro es que te diría: “¿A dónde vas, cenachero?”.
No, no te habría insultado, sino que te habría soltado un piropazo. Y vale, es poco probable que este caso se dé entre tú y yo, pero más improbable es que no te salga una sonrisa después de que te explique por qué es un piropo. Quédate conmigo y te explico quién es este malagueño peculiar, el cenachero.
¿Quién era el Cenachero?
Ya sabes que es malagueño, pero él no es una persona física, sino la figura de uno de los trabajos más autóctonos de Málaga entre el siglo XIX y mediados del s. XX. Y aunque el oficio ya ha desaparecido, no así su tradición y legado.
El cenachero ees un vendedor ambulante del pescado sacado en la bahía de Málaga. Él se pasea por nuestra ciudad con los brazos fuertes en tensión, las manos en la cintura apretándose los costados; y a la altura de los codos sujeta las asas de los cenachos, que aguantan el peso de los productos del mar.
Un cenacho es un recipiente de espuerta y cáñamo con varias asas con el que se cargaba el pescado fresco. Es de este objeto de donde esta profesión coge su nombre.
Y perdona si hablo en presente del cenachero; porque para mí, como malagueño, sigue dando vueltas por la ciudad para vender su producto fresco. El recuerdo se me hace presente en la mente. ¿Quieres venirte a mi infancia y conocer al cenachero en plena faena?

Una historia de tradición y cultura
Cuando era pequeño, un día mi padre me llevó muy temprano a la playa para que viese a los marengos faenar. «Hijo, estos no son hombres corrientes, la sal los endurece», me dijo y yo los observé como pude, porque aún era de noche.
Los marengos no son solamente los pescadores, son todos los hombres del mar. Son trabajadores que, entre otras cosas, como la pesca en las barcas de jábega, se dedicaban a sacar «el copo» antiguamente.
Esta tradición se realizaba en nuestras playas malagueñas de madrugada, dónde una cuadrilla de marengos lanzaban una larga red al mar y la movían, con gran destreza, mientras tiraban con el hombro de la tralla (cordel anudado) cerca del rompeolas, hasta que, finalmente, conseguían sacar los peces totalmente del mar.
Ese día vi a los marengos hacer esto; y con los ojos en órbita todavía, capté al cenachero. Este marengo de pura raza iba descalzo, con el calzón remangado y la camisa abierta en el pecho. Cargó en dos cenachos muchos pescados (boquerones, jurelitos, sardinas, chanquetes y muchos más), los alzó y se dirigió a las calles de la ciudad, dispuesto a venderlo.
De paseo con el cenachero
Yo había visto muchas veces al cenachero por las calles, pero nunca le presté tanta atención como aquel día. Mi padre se acercó a Ramón, el cenachero que salía de la playa, y le dijo: «Perdona, hombre, al niño le gustaría que te acompañáramos mientras trabajas». Con una sonrisa respondió: «Claro, pero que ande ligero, que yo no espero».
Y con él fuimos toda la mañana. Me fijé en lo moreno que era, más bien tostado, y tenía mil arrugas: «De tantos soles que he mirado», según me dijo. Por el camino me contó que se levantaba encorvado, de tanto tirar del copo para recoger su pescado, y que el sombrero que llevaba le protegía de la solana, pero que ya tenía achicharrada la cabeza.

Pregonó, calle arriba y calle abajo, su producto con voz rota; un gaznate quemado que le aflojaba con el aguardiente, que de cuanto en cuanto mi padre le invitaba en algunas tabernas y, a su vez, Ramón a él.
Era un hombre animoso, enérgico, muy firme y decidido en su cometido, pues como decía: «En este oficio tienes que ser duro y bragado, sino, no vendes y, por tanto, no comes».
Y así llegamos a una calle, y gritó: «Niña, si quieres gloria pura, asómate a la ventana, que traigo pescado fresco, recién salido del copo esta mañana; mis amigos te pueden decir que no miento». Y muchas mujeres bajaron y le discutieron por el precio, pero él se defendió diciendo que no había pescado más barato.
Entonces algunas cedieron y, con la venta asegurada, metió la mano en el cenacho y mostró los peces brillantes al Sol. Sin balanza ni pesa, derramó en unos platos bien despachados el producto y los enrolló en cartuchos.
Yo le dije a mi padre que de mayor quería ser cenachero, pero solo un día me bastó para saber que es más bonito este oficio visto que trabajado.
Estatua del Cenachero en Málaga
Y es que el cenachero fue representado por personas reales, como Diego, otro hombre del mar que pregonó sus letrillas en la Calle Carretería con gracejo; mientras que un joven malagueño Jaime Fernández Pimentel le escuchó tantas veces desde su casa.
La voz de Diego inspiró a Jaime, el cual hizo una estatua en homenaje a este noble oficio en 1964, a través de la figura parcial de otro gran pescador y cenachero, Manolo «El Petaca». La escultura estuvo mucho tiempo en el Paseo de La Farola, pero se reubicó, y actualmente se encuentra en la Plaza de la Marina.
Pero el cenachero no solo inspiró a Jaime, sino que también lo hizo al poeta Salvador Rueda que podemos ver en una placa conmemorativa bajo la estatua.

Poema de Salvador Rueda
Allá van sus pescadores
con los oscuros bombachos
columpiando los cenachos
con los brazos cimbradores.
Del pregón a los clamores
hinchan las venas del cuello:
Y en cada pescado bello
se ve una escama distinta,
en cada escama una tinta
y en cada tinta un destello.
Dónde ver la estatua del Cenachero
La escultura del cenachero se encuentra en el centro de Málaga, ubicada en la Plaza de la Marina 1, detrás del punto de Información y Turismo.
El cenachero de Alabama
Hay dos esculturas del cenachero, una es nuestra estatua en Málaga y la otra en Estados Unidos, Mobile en Alabama. Con motivo del hermanamiento entre ambas ciudades, los malagueños donaron una réplica de El Cenachero allí, llamada «The Fishmonger«.
Esta escultura está situada en la fuente que hay en la Malaga Plaza, cerca de la Spanish Plaza. Así que este vendedor de pescado ha cruzado el gran charco.
Boquerón, el apodo de los malagueños
De este pez cogimos nuestro apodo cariñoso y así se nos conoce a los malagueños. Claro está, es por el pescado típico de la ciudad. Pero después de todo lo que te he contado, supongo que habrás pensado que es, en gran parte, gracias al cenachero.
Porque, ¿quién nos traía los boquerones fresquitos del mar? Pues él. Así que siempre que escuches este bonito mote que tenemos, piensa que el más boquerón de todos los boquerones es el cenachero.

Boquerones Vitorianos, del mar a tu boca
Y es que se me hace la boca agua cuando pienso en los boquerones vitorianos fritos y rebozados con harina en manojitos, o abiertos al limón. Bueno, y no me olvido de los espetos de sardinas asados con sal gorda en una barca de playa, hechos por otro veterano nuestro, el espetero.
En verano también me apetece algo fresquito, como nuestra ensalada malagueña, con su bacalao nadando en mi boca y sorteando la cebolleta, el huevo y la patata cocida, además de las aceitunas y la naranja.
Sin embargo, en invierno un gazpachuelo calentito, con su patata en trozos, la merluza y ese caldo con mayonesa y limón, entra perfecto en el estómago. A mí me ha entrado hambre, ¿y a ti?
¿A dónde vas, cenachero?
Espero que te hayas sentido halagado de la frase que te dije al principio. Porque sin saberlo, imitaste a este hombre puro, bondadoso, trabajador y alegre, lleno de mar y sol por los cuatro costados.
Un oficio desaparecido, pero no muerto, porque la muerte es el olvido; y mientras lo recordemos, el cenachero seguirá vivo con nosotros.
Y ahora que estás en mi ciudad, empápate del espíritu del cenachero; es decir, sé gracioso como un solete y saleroso como el mar.

Juan Antonio Pérez Rivas
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Soy Juan Antonio, colaborador y redactor de Málaga Paso a Paso.